Es muy importante que como padres le enseñen desde muy pequeños a su hijos el valor de la tolerancia.

Niños que muerden, patean, golpean o insultan a sus compañeros de clase o a la maestra, pueden tener mucha agresividad y frustración contenidas. Cuando la maestra detecta a uno de estos pequeños en su grupo, se debe a que ya comenzó a causar estragos entre el resto de la clase. Es decir, aquí ya no se trata de prevención, sino de atención.
Generalmente, llama a los padres del menor, habla con ellos y si resulta bien la plática, ellos entenderán que tienen un problema serio en sus manos y asumirán el compromiso de hacer algo
al respecto; de lo contrario, se sentirán ofendidos, tildarán a la maestra de desequilibrada mental, ignorarán el problema o hasta retirarán al hijo de su grupo; de aquí puede resultar que la maestra será muy feliz, pero el niño -el protagonista de la historia- no dejará de sufrir. Aquí es donde hay poner el acento.
Ahora, en los padres que le prometen a la maestra que "se ocuparán de la situación" suceden dos cosas: unos cambiarán hábitos, tal vez visiten a un terapeuta o a un psicólogo y las cosas mejorarán, pero habrá otros que en cuanto regresa el niño de la escuela lo regañarán a gritos por agredir a
sus compañeros, e invariablemente
le pegarán.
En muchos casos, la agresividad es la manera de manifestar que algo está sucediendo en casa, que algo les preocupa o hay algo a lo que le temen.
Si tu hijo tiene poca tolerancia a la frustración o reacciona de manera agresiva es importante que intervengas pronto, de lo contrario, lo que ahora sólo es un comportamiento puede llegar a convertirse en un patrón o un hábito que lo dañará irremisiblemente.


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